La devoción al Divino Rostro se remonta al siglo XIX, cuando Santa Teresa del Niño Jesús (Santa Teresita de Lisieux) promovió la contemplación del rostro de Cristo como camino de unión con Dios. Más tarde, esta devoción fue fortalecida por revelaciones privadas recibidas por sor María Pierina De Micheli, religiosa italiana que difundió la imagen del Divino Rostro como símbolo de reparación por los pecados del mundo.
El Papa Pío XII aprobó esta devoción en 1958, reconociendo su valor espiritual y su vínculo con la adoración eucarística.
El Divino Rostro suele representarse como: