Los novios pedían permiso para entrar en las casa de sus novias arrojando desde las puertas una esparteña al interior, tras lo cual gritaban “¿caso o no caso?”.
Si los padres accedían al noviazgo, recogían la esparteña y dejaban entrar al novio; en caso de que no estuviesen conformes, tiraban la esparteña a la calle.