La devoción a la Divina Infantita, también conocida como la Niña María, tiene sus raíces en el amor por la Virgen María desde su más temprana edad. Aunque no aparece explícitamente en los Evangelios, la tradición cristiana ha imaginado a María como una niña pura, obediente y llena de gracia.
Esta advocación se popularizó en el siglo XIX gracias a las revelaciones privadas y al impulso de congregaciones religiosas dedicadas a la educación de niñas.
La Divina Infantita suele representarse como:
Su rostro refleja dulzura, inocencia y serenidad, invitando a la ternura y a la oración confiada.